sábado, 26 de marzo de 2011

Crónicas de una mente catastrófica I

Entró a su habitación, no soportaba más, gritos, discusiones, peleas, más y más peleas.
Sentía como cada grito le penetraba el corazón, el alma, desgastándola desde adentro, matándola a sangre fría, con más dolor del necesario, con más dolor del que podía soportar.
Cerró la puerta de forma violenta, como intentando descargar así las emociones que la desbordaban, más no se sintió mejor con ello. Se desplomó contra ella y rompió en llanto, intentando lavar con sus lagrimas el dolor que se disipaba por todo su ser, pero no lo conseguía, solo parecía desparramarlo más y más con cada lágrima.
No conforme con esos inútiles intentos de descargo emocional, se paró y corrió hacia un pequeño mueble, donde descansaba una pequeña caja de madera con candado. La abrió y buscó en ella el objeto tan deseado.
Miró por breves segundos la pequeña, pero filosa, hoja de afeitar, como inspeccionándola, como dándose el valor necesario para hacer lo que necesitaba.
Cerró la caja y corrió a su cama, se arrinconó en ella y tomando con cuidado la navaja, penetró su piel, deslizándola con firmeza, provocando un trazo recto, perfecto.
El dolor físico que sentía no se comparaba para nada con el dolor emocional que sentía.
La sangre no se hizo esperar, la liberación tampoco.
Arrojó el instrumento lejos de ella y se tomó la cabeza con ambas manos; se odiaba por ser tan idiota, pero sabía que no había nada que hacer. Eso no la hacía feliz, ni resolvía mágicamente todos sus pesares, pero ayudaba, la ayudaba y a la vez solo la hundía más y más.
Habían días en los que se sentaba a pensar, a pensar sobre su vicio, sobre su ''cura''. Ella podía notarlo, cada vez necesitaba más del filo, cada vez debía hacerlos más profundos, más seguidos y en más cantidad. Eso la llevaba a hacerse preguntas, a plantearse cosas, a imaginar soluciones, pero nada que pensara servía. Ella sabía muy bien, debía dejarlo, pero no podía, era extraño y aterrador, casi siniestro, pero la navaja se había tornado en su mejor amiga, su sabía consejera, su fiel acompañante, el hombro donde llorar que nunca se le había prestado, el abrazo que siempre se le había negado. En ella, en la auto-lesión encontraba todo lo que quería y todo lo que necesitaba, pero no podía dejar de hacerse una pregunta, una pregunta cuya respuesta le aterraba, pero debía admitir, muchas veces le resultaba atractiva, peligrosamente atractiva... ¿qué pasaría si un día los cortes ya no sirvieran?


Choto.com :)

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